Insulado

jueves, junio 19, 2008


retrospectivo.
adj. Que se considera en su desarrollo anterior

Como prueba de aquello de que la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma, he hecho limpieza, borrando así toda evidencia de que, aún con prueba en contrario, sigo siendo la misma mierda, luego de tantos años. He dejado los posts que mas me han molestado, para así tener una excusa para borrarlo todo de nuevo cuando así se me venga en gana.

He dado el ciclo acostumbrado por los viejos blogs, los premiados y los secretos. No tengo buenas noticias. Ahora resulta, que todos, todos somos, somos todos las misma mierda. No me toma por sorpresa que seamos tan constantes, pero me deprime verme en el mismo lote, el lote de los descubiertos. Cómo un macho vernáculo como yo, casado, con familia, con trabajo y demasiado tiempo de sobra, vuelve (como es que decias tú?, "vuelve el perro arrepentido...") a lo mismo?

Ahora ha sido Evlin. Seguirle la pista es siempre interesante, aunque confieso que lo hago con tanta irregularidad que la uso como justificación a falta de una mejor excusa. Uno simplemente se levanta con ganas de escribir. Y qué? También tengo un motivo ulterior: quién va a tirar la toalla primero? (obvio: Yo, el inconsecuente).

Escribo pues con el comfort de quién sabe abandonará de nuevo esta idea, pero sin sentimiento de culpa.

martes, agosto 28, 2007

estorbo. 1. m. Persona o cosa que estorba.

De todos los personajes de oficina, mi karma siempre será la gorda histérica. No me refiero a aquellas que, como su servidor, nacimos un poco desaventajados en aquello de la “habilidad” metabólica aunque si muy favorecidos en el área “degustativa”, resultando inintencionadamente, digamos, en cierta acumulación localizada de grasas corporales que, como dirian los diseñadores, invitan a “dejarse seducir por una nueva e innovadora propuesta estética”. No, me refiero a las de verdad, a las nasty que creen que su razón de ser es hacer mi vida miserable, a las que pagan su arrechera contra el mundo usándome de punching bag, a las muy necesitadas de “aquello”, etc., etc., etc. Es decir, para no pecar de aquello de armadillo llamando a turtle conchuo, no la llamo gorda por gorda sino por histérica.

Yo presumo que el daño psicológico que sufrieron estos personajes a manos de sus padres no solo fue masivo, sino intencional, porque no hay otra forma de explicar tamaño acojonamiento continuado. Y agrego, que si aquella es la causa, la distribución geográfica de padres sádicos debe ser no sólo uniforme sino constante en el tiempo, porque no importa cuantas veces cambie de trabajo o de país, allí siempre me espera mi Némesis: la gorda histérica.

He aquí mi mensaje (si por casualidad usted se topase con esta aún más inútil página): existe, sépalo, todo un mundo allá afuera ocupado por cosas más trascendentales que las cuatro pendejadas que el inútil de su jefe le ha pedido que haga. Escríbame, se lo ruego, para darle los datos de las otras de su mismo clan que he coleccionado en oficios pasados. A lo mejor se pueden montar todas juntas su propia oficina e hincharse las pelotitas entre ustedes y así dejar en sana paz al resto de la humanidad.

lunes, agosto 27, 2007


absurdo, da. (lat. absurdus)... 4. m. Dicho o hecho irracional, arbitrario o disparatado.

Fiel a mi esfuerzo de mantener el status de ciudadano del mundo, he pasado varias semanas concentrado en periódicos de habla hispana, mas que todo por la asfixia de las noticias de los USA que ahora parecen dominarlo todo –que no es que haya nada malo con eso, porque los americanos siguen siendo divertidísimos (por ejemplo, que se se acuse de terrorista a un pobre diablo por esparcir harina de trigo en el estacionamiento de un Ikea puede parecer extremista, pero en mi opinión esto demuestra un muy fino sentido del humor). Lo más tragicómico es que voy a tener que aprender suahili si quiero esconderme a la realidad, porque pareciese que todo el mundo quiere, tiene, necesita hablar de USA. ¿Será que el mainstream media nos ha dejado sin opciones?

De todo, lo digno de asombro es que pareciese que salvo por aquellos miembros del
mass media convictos y confesos como militantes de la ultra derecha neo conservadora, absolutamente todo el planeta anda con un ojo puesto en cuanta pendejada se les ocurre hacer a los amigos del norte. Todo el mundo los odia, sobre todo por las razones mas estúpidas que pueda uno imaginarse, pero nadie se atreve a etiquetarse pais desarrollado sin antes dejar claro que lo son por hacer esto o aquello mejor que ellos. Por Dios, es que se fijan hasta en los pedos que sueltan los gringos para establecer que los suyos propios no son ni tan hediondos ni tan sonoros. Irónico, digo yo, que no importa de cuán decadente se les acuse, cuando a algún paisito de tercera (sobre todo los de latitud tropical) se le “ocurre” una idea “nueva”, el hecho de que los gringos se les haya ocurrido hace cien años es suficiente para empujárselo a uno por la garganta.

Lo que mas me decepciona es que en la
madre patria los opinadores de oficio les ha dado recientemente un bajón en la autoestima, y mientras se están llevando por delante a todo el continente europeo (venga, y con mucho mérito), aún se les ocurre, y ya no muy de vez en cuando, el sacarse aquello al aire para que todos vean que lo tienen mucho mas grande y bonito que el de los americanos. Innecesario, si se me pregunta.

viernes, agosto 24, 2007

burgués. 5. m. y f. Ciudadano de la clase media y dirigente acomodado que se caracteriza por un cierto conformismo social.

Ayer ha sido el segundo momento de mi corta existencia en la que he sopesado muy seriamente el saltar por una ventana. La culpa es mía. Convencido por un tercero, no se como, o si se como pero prefiero no decir, me permití introducirme un poco más en ese oscuro mundo de las fiestuchas de apartamento del scene adulto-contamporáno del Saturday night caraqueño. Estoy seguro de que cinco minutos bien invertidos en google me rescatarían de mi deliberada ignorancia, pero por lo que a mi respecta,“adulto-contemporáneo” es caraqueño y la primera vez que oí esa frase fue en el slogan de una estación FM. Adulto-contemporáneo es el nuevo yuppyismo. Es decir, la reencarnación de la decadencia urbana no más, si es que fuésemos a respetar la etimología del anglicismo en cuestión.

Los ilustro. El tablado es un apartamento vulgarmente decorado con trozos propasados de enseres modernos. Todo muy
posh, muy avant garde, muy Warhol. Pero también palmariamente tropicalizado: sobre mesitas de roble mate de alta manufactura, estratégicamente colocadas a metro y cuarto del piso, hay esculturas minimalistas venezolanas, que no debe tomarse como un toque patriótico, sino como evidencia de membresía en el selecto círculo de snobs que por no alcanzarles el dinero para proveerse de arte en el Soho neoyorquino o el novísimo South-of-the-Thames londinense (lo cual aún sería snob, pero se le apetece aceptable al suscrito) pagan inflados precios por “arte moderno” local a un conciliábulo de burgueses “artistas” que no es que viven precisamente en Chapellín o El Silencio, como podría esperarse de alguien que prescinde de acumular posesiones terrenales, al menos inicialmente, en la esperanza de poder mantener incólume el flujo de jugos creativos.

Hay veinte o treinta personas, pero media hora de presentaciones confirmó mi impresión inicial de que mi vida puede seguir su rumbo prescindiendo totalmente de incluir a la mayoría de ellos en mi vida social futura. Y ojo, que digo "la mayoría" porque la noche tuvo sus momentos lúcidos gracias al anfitrión y a varios personajes de esos que sólo se pueden conocer en Caracas. Pero en general, las conversaciones difícilmente superan el tono monótono de preguntarse por qué Alejandro aún no ha llegado y por qué Alejandra tiene dos meses perdida, y otras frases vacías echadas al ruedo en un círculo social que no tiene más diversión sino hablar de su propia existencia. Es decir, que regurgita lo ya hecho confiando en que la narrativa oral le imprima cierto aire anecdótico a lo que no son más de aburridas vivencias de carretera, todo muy común y corriente; y deprimentemente trillado. Es tal cual como lo dijo Mafalda, “abrir la boca para no decir nada.”

No importa cuanto trate de ocultarlo, tarde o temprano algún conocido o el propio anfitrión (todos, dicho sea de paso, con la mejor intención de servir de catalizadores sociales) cometen el error de mencionar mi pasado cercano en “el extranjero” (frase favorita caraqueña), que es un tema que se me hace tedioso y molesto porque saca a relucir la angostura intelectual de no pocos miembros del
middle class caraqueño, de esos que aún añoran el ta-barato-dame-dos, que admiran algunos destinos Maiameros y otros nichos chocarreros que solo el red neck y el white trash podrían encontrar igualmente atractivos.

Me enerva hasta más no poder la trivialidad y la ligereza mental con la que se asesina el tema. Todo el mundo inmediatamente asume que hay que montar una mesa redonda impromptu y proceder a hacer rebuscados análisis sobre el si hay que “irse” o “quedarse”, que son las frases simplonas con las que se busca trivializar un asunto tan complicado y personal como lo es el emigrar, y, en el mejor estilo del intelectual de pacotilla, cuestionar o exalzar las virtudes de tal o cual país extranjero, sin importar que el más cercano contacto que en sus putas vidas hayan tenido con culturas foráneas se limite a media hora de Discovery Channel doblado al español (que es algo así como leerse El Quijote en inglés). Lo más irritante de todo es la petulancia con la que algunos echan al ruedo sus miopes opiniones, en un show de soberbia intelectual que hasta ahora sólo había presenciado en uno que otro recalcitrante miembro de la academia de las facultades del
Ivy League, y que, en todo caso, siempre se les perdona (o no se les perdona pero al menos no se les echa en cara) en deferencia a su trayectoria académica. ¿Pero venir a dárselas de sabelotodo Y trotamundo cuando lo más lejos que se ha viajado es a Carenero? Increíble.

Es por eso que luego de dos horas atrapado en esta pesadilla tan
surreal, no sólo estoy aburrido hasta más no poder sino que además comienzo a sentir que me falta el aire. Exactamente, esta es la fase en la que comienzan a inundarme los pensamientos suicidas y empiezo a ver de reojo la ventana como única vía de escape de esta trampa social a la que me he dejado arrastrar.

Salta a la vista que no me dejé llevar por la desesperación del momento, dado que es domingo en la mañana y estoy lo suficientemente vivo como para escribir esto. Pero para la próxima no se si me contenga. Mejor, he decidido, es esperar un poco más antes de integrarme de cuerpo entero en el submundo adulto-contemporáneo. Ya me llegará mi hora, como a todos.

domingo, abril 10, 2005

Me lo he estado pensando todo el fin de semana. ¿Será demasiado pretensioso eso de escribir un post solamente para agradecer a Veneblogs por habérseles antojado que Insulado sea el blog de la semana? La verdad es que si lo sería; primero, por lo lozano de este blog y, segundo, porque salta a la vista que Veneblogs está que reboza de blogs muchísimo más entretenidos e interesantes que este.

Pero, al mismo tiempo, me pareció una mezquindad el no hacer mi agradecimiento tan público como ellos hicieron el reconocimiento. Código de honor de
blogger, supongo, si es que tal cosa ya existe.

Así que, muchísimas gracias nuevamente a
todos en Veneblogs.

miércoles, marzo 23, 2005

El habitante urbano va haciendo suya la esencia de la ciudad participando en ritos diarios llenos de complejos detalles que un forastero no entendería. Es un proceso de apoderamiento diario, metódico y sutil; pero a la vez inconsciente, maquinal. La mayoría de los caraqueños instituye este proceso de apoderamiento a través del tráfico, de la calle. Porque el tráfico es su esencia, es lo verdaderamente característico de este valle. Todo en esta ciudad se nutre y se condiciona al tráfico. El tráfico fija nuestra rutina diaria, nos roba una hora de sueño, nos priva del almuerzo en casa y de la olvidada siesta, nos sujeta al esclavismo de la programación radial, nos hace llegar tarde, nos restriega en la cara la ineficiencia y el desorden gubernamental, nos hace mudarnos de aquí para allá, nos deja quietos o nos mueve a su antojo.


Lo mismo puede decirse de la criminalidad citadina. En esta ciudad el crimen se burla de la estadística porque las probabilidades de ser atracado o secuestrado son irrelevantes: no es que somos víctimas en potencia, somos todos víctimas futuras. El crimen viste nuestras casas de rejas, candados y pasadores dobles, desactiva los botones del elevador y del intercomunicador de nuestros edificios, obliga a la llamada trasnochada de arribo a nuestro hogar, compra teléfonos celulares a toda la familia, instala puertas blindadas, hace sonar alarmas, poner papel oscuro en las ventanas del auto, impone toque de queda y fija el parte policial del lunes. Sin crimen y sin tráfico, Caracas no es Caracas.


En contraste, en otras urbes más desarrolladas el habitante establece su relación con la ciudad a través de vivencias que si bien son tan colectivas como el tráfico, transcurren en ambientes en los que el auto es prescindible y el crimen no acosa: parques, teatros, museos, distritos históricos, etc. La experiencia diaria es entonces genuinamente urbana, casi elitesca. El lugareño recibe un bombardeo sensorial estimulante que afina los sentidos, agiliza su pensamiento y lo convierte en un verdadero citadino.


Los estímulos que recibe el caraqueño son más bien anti-estímulos que achican, amilanan y secuestran la creatividad. La vida diaria se convierte en una sucesión interminable de incomodidades y peligros absurdos que apenas si pueden ser desahogados en el socializar diario. Un socializar que, por cierto, muere poco a poco ahogado en una urbe acosada por el crimen y el tráfico.

lunes, marzo 07, 2005

Esto lo escribí hace casi seis meses durante uno de mis viajes a Caracas. Lo compartí con otros ya, y me pareció una buena introducción, si bien es un reciclaje.

Con pasar unas horas en la calle en Caracas (léase, un centro comercial, un restaurant) es difícil no darse cuenta que la fama de pantalleros[1] que nos hemos ganados los venezolanos es bien merecida. Pareciese que el principal propósito de la vida de todo caraqueño es asegurarse de ser el centro de atención. La gente parece vivir no para si, sino para los demás. La vida diaria parece transcurrir en un constante esfuerzo por demostrar a todos que no somos “uno más del montón”, que tenemos algo que nos distingue (y nos eleva por encima de) los demás. Una de las más irritantes muestras de esto son las conversaciones todo volumen por el celular en las que se pretende ser parte de una secreta y complicada transacción de negocios o en la que se sueltan cifras con tantos ceros que uno tiene que resistirse para no acercársele al infractor y decirle “disculpe, ¿no ha considerado usar notación científica en sus conversaciones o a lo mejor callarse la boca, imbécil?”.

No me malinterpreten, esta clase de personajes se consiguen en todo el planeta. Lo sospechoso es que en cualquier otro sitio uno se consigue a lo sumo uno cada semana en algún asiento contiguo del tren o en alguna esquina esperando el semáforo. En Caracas pareciese que todo el mundo, todo el mundo, anda en lo mismo. Es increíble. Ya sea un viaje al exterior, o la compra de un coche nuevo, una nueva oportunidad de negocios, todo, todo, debe ser anunciado a los cuatro vientos para el beneficio de todo el planeta. Viniendo de una ciudad como Nueva York, en la que los químicos presentes en el agua generan una mutación genética que obliga a una buena parte de sus habitantes a preocuparse por nada excepto vestirse a la última moda y expresar su individualidad de cuanta manera les es posible, sin importar cuan absolutamente ridículos se ven, aún así, no puedo superar la decepción tan profunda de ver en el día a día la vanidad por la que los venezolanos comenzamos a tener reputación en el mundo externo.

Algunos ya saben la historia, pero aquí les presento los hechos. En 1999, una firma consultora llamada Roper Starch Wolrdwide, publicó los resultados de una encuesta entre 22 países en la que Venezuela por fin sacó el score más alto, léase bien, el-mas-alto (que orgullo!): somos la nación más vanidosa del planeta. Que honor!, 65% de las venezolanas y 47% de los venezolanos señalaron, sin la menor vergüenza, que todo el tiempo están pensando en la forma en la que lucen. Para que no hayan confusiones, esta encuesta no se limitó únicamente a Latinoamérica, no, estos fueron los porcentajes más altos para esa categoría entre todos los países encuestados. La noticia, difundida a los cinco continentes cortesía de Reuters (que Dios los bendiga) añadía, en esas clásicas frases de antropología de peluquería, que “en Venezuela los concursos de belleza son una obsesión nacional y la cirugía plástica es un práctica común entre hombres y mujeres.” Ahora, yo no tengo mayor problema con la parte de la cirugía plástica, porque me parece hasta infantil el sugerir que somos los reyes del bisturí, ¿pero decir que los concursos de belleza son una obsesión nacional?, ¿en qué se basan para decir eso?, ¿sólo porque mas de la mitad de la población confesó que en lo que más piensa es en cómo se ven?. Porrrrrr ffffavor. Cualquiera que lee esa noticia juraría que en Venezuela nos quedamos despiertos de madrugada viendo el Miss Universo y que los resultados son noticias de primera plana al día siguiente, o que nos la pasamos dándole a nuestros tanqueros petroleros nombres de “reinas” de belleza[2]. Y no se atrevan a salirme con el argumento de que aquello en lo que más uno piensa es lo que más le importa en la vida Eso es una falacia. Si los venezolanos sólo piensan en cómo se ven, es probable que haya otra explicación que no nos haga ver como una cuerda de tontos. En cuanto piense en una explicación alternativa, se las haré saber.

Pero ustedes entienden la ironía de todo esto. En un país que durante las últimas tres décadas ha vivido al borde del colapso económico, es tragicómico ver el cuidado con el que hombres y mujeres intentan (fallidamente, si se me permite decir) estar a la última moda y, en el caso particular de las mujeres, no permitirse la libertad de salir a la calle sin antes haberse puesto encima el equivalente a un quinto de su peso corporal en maquillaje. Por favor, permítanme compartir con ustedes el siguiente momento de sabiduría: habiendo tenido la osadía de preguntar por enésima vez qué es lo que tanto demoraba a una novia que tuve hace muchos años, la respuesta fue “me estoy maquillando”, “¿pero por Dios, para qué, si apenas vamos a la panadería?”, “es que uno no sabe a quién puede encontrarse por allá afuera”. Sin comentarios.

Ahora, ustedes pudiesen pensar que estas tendencias vanales de mis compatriotas me irritan sobre manera, y están en lo cierto. Por punto de comparación déjenme decirles esto. Como es del conocimiento popular, inmediatamente justo luego de nacer, a los americanos les remueven la porción del cerebro que guía el buen gusto en el vestir, y hay 250 millones de ejemplos del impacto que dicha cirugía ha tenido al norte del río grande. Y aún así, creo que siempre preferiré la simpleza del gringo común, que estoy conciente, raya peligrosamente en la falta de clase, a la coquetería venezolana que, dicho sea de paso, es la más burda de las fachadas ante el colapso moral y económico que hemos sufrido en estos años.

Y disculpan que siga con el mismo tema (prometo que ya pronto les hablaré de cosas mas positivas) pero tengo otra cosa más que sacarme del pecho. Pocas cosas son más interesantes (léase, patéticas) que la increíble fascinación que produce, incluso entre las élites más educadas de mi país, las marcas de ropa; incluso aquellas marcas que en cualquier sociedad medianamente desarrollada tienen reputación de ser de mediocre calidad y que, en todo caso, ya ni siquiera son manufacturadas en el primer mundo. Permítanme abusar nuevamente del americano promedio. Cualquier gringo ve en la marca una garantía de calidad y hasta un poco de certeza de que lo que viste debe “lucir bien” (recordemos que nuestro amigo, el americano común, tiene cero gusto para vestirse y se las jura que comprando en Bloomingdale´s va a lucir igualito al modelo de la foto). Nadie me quita la cabeza que para nosotros, los venezolanos, la parte más importante de cualquier prenda de vestir es el logotipo. No me sorprendería (más aún, estoy seguro que así ocurrirá algún día) que en pocos años en todas partes de del territorio se va a imponer una nueva moda en que la que la ropa se usa al revés para así poder mostrarle a todo el mundo la etiqueta (si, ya sé, que fue en los ghettos de las metrópolis gringas donde se impuso la moda de usar los pantalones por debajo de la cintura y con la ropa interior por fuera para así mostrar los “Calvin Kleins” y los “Tommy Hilfiger”, pero eso sólo fue una pequeña derrota, los venezolanos, se los aseguro, vamos a retomar la vanguardia en la lucha por imponer la más ridículas de las modas).



[1] Venezolanismo de difícil traducción exacta al castellano. Fanfarronear es quizás la palabra más cercana, pero esa definición falla en recoger el aire de absoluta vanidad y prepotencia que el “pantallerismo” implica. En inglés, to show off y to boast serían los equivalentes.

[2] A riesgo de asesinar mis propias libertades literarias, les recuerdo, y, con la mayor seriedad, que la imagen de un banquero petrolero bautizado “Pilín León” en honor una venezolana coronada Miss Mundo en 1981, se convirtió en una de las imágenes de más orgullo para los venezolanos opositores mientras permaneció fondeado en costas venezolanos durante la huelga petrolera.